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Durante la conquista de América, uno de los propósitos fundamentales planteados por la Corona, fue arrancar cualquier vestigio de la cultura indígena, en especial su religión y de esta forma, a sangre y a fuego, se sustituyó al panteón indígena por un Dios invisible y único, pero que con su corte celestial alcanzaba para reemplazar toda la pléyade de deidades de nuestros antepasados.
Sobre las ruinas de los templos indígenas se levantaron los nuevos templos católicos y lo que no se logró terminar de arrancar durante la conquista, la Santa Inquisición se ocupó de hacerlo.
No obstante lo anterior, algunas manifestaciones propias de los indígenas no pudieron ser erradicadas por completo y se mantuvieron, un tanto encubiertas, dentro de la vida de los entonces cristianos conversos. Uno de estos aspectos, estaba relacionado con la medicina. Ante el casi imposible acceso de la población a los exiguos servicios de salud que podían ofrecer los conquistadores, se mantuvo la tradicional práctica médica de los nativos, caracterizada por el uso de una mezcla del herbolario con prácticas mágicas a través de chamanes o curanderos.
Esta práctica de curación se ha mantenido hasta nuestros días y es sorprendente la cantidad de personas de diferentes estratos sociales que recurren a la atención de parte de curanderos.
El episodio más célebre de los últimos tiempos relacionado con la actuación de un curandero ocurrió a inicios de la década de los setenta en el departamento de Jinotega, específicamente en el lugar conocido como Cerro de la Cruz o bien Peña de la Cruz, muy cerca de Jinotega, la ciudad de las brumas. Fue una verdadera paradoja que el hecho ocurriera en este lugar, en donde se dice que en el año 1705 el fraile Franciscano Español, Antonio Margil de Jesús, mandó a instalar una cruz en la cima de ese cerro, con el fin de alejar a los espíritus de los ancestros que según los lugareños, habitaban en ese lugar. Además, predijo que con la instalación de la santa cruz, el cerro iba a empezar a crecer hasta llegar hasta el cielo.
En las cercanías de ese cerro, alrededor de 1970, cobró fama el curandero llamado Bernardo Gadea Chavarría, mejor conocido como Nando, quien con el tiempo se convertiría en una verdadera leyenda. Cuentan que en su juventud, Bernardo llevó una vida licenciosa, al igual que todos sus coterráneos, sin embargo, ya en su madurez a finales de los años sesenta, al ser afectado por una dolencia en la piel, se dedicó a rescatar las propiedades del herbolario tradicional de la región, habiéndose retirado como un asceta y convirtiéndose con el tiempo en un curandero muy acertado.
Poco a poco la fama de Nando se fue difundiendo por todo el territorio nacional y el Cerro de la Cruz se convirtió en un verdadero santuario de peregrinación en donde gentes de todos los lugares, incluyendo El Salvador y Costa Rica, acudían a ese lugar en busca de alivio a sus dolencias. Los pacientes, que en este caso le hacían honor a su nombre, tenían que subir una empinada cuesta hasta el cerro y hacer filas que con el tiempo se hacían kilométricas, con el fin de obtener la cura de parte de Nando, que de acuerdo a cada padecimiento buscaba algunas hierbas o cáscaras y se las daba al enfermo, quien recibía además escupitajos y una larga jerigonza de parte del curandero y que según muchos llevaba milagrosamente al alivio de sus males.
Nando no cobraba ningún emolumento (cantidad de dinero) por sus servicios, sin embargo, los pacientes agradecidos le dejaban una ofrenda en metálico de acuerdo a sus posibilidades. El curandero no le prestaba atención a lo anterior y se concentraba únicamente en el padecimiento de cada paciente, mientras lo envolvía de una nube de humo que salía de sus pulmones, producto de un puro chilcagre que manejaba con singular maestría y que hubiera sido la envidia de Clint Eastwood.
En las largas filas de pacientes podía observarse desde gente humilde de los alrededores, hasta encopetadas damas del centro y según se cuenta, en una ocasión aterrizó ahí un helicóptero que llevaba a la esposa de un alto tiliche del gobierno, según algunos de un militar, que le compró el turno al primero de la fila en una buena suma de dinero y pasó a consulta con Nando.
Por mucho tiempo, Nando fue el centro de atención para todos aquellos que hablaban del tema de salud, enfermedades y curas. Fue en Septiembre de 1998 a la edad de 102 años, que Bernardo Gadea Chavarría dejó este mundo. Aparentemente su hijo Porfirio Gadea Castro, aprendió de su padre, la ciencia de la herbolaria y actualmente continua con la misión de su padre, atendiendo a todos aquellos que se desplazan hasta Jinotega en busca de un alivio a sus padecimientos, con la diferencia que Don Porfirio atiende en el cementerio local, pues aunque todavía habita en las inmediaciones del Cerro de la Cruz, se desplaza en un caballo hasta su improvisado consultorio.
De la misma manera, a finales de la década de los setenta, otro caso relacionado con esta práctica fue muy comentado, aunque esta vez con mucho sigilo por las implicaciones que tuvo. Cuentan que allá por 1977, cuando el furor por Nando había menguado, que de pronto se puso de moda un curandero que atendía en la ciudad de Diriamba. Aparentemente se trataba de un ciudadano de origen desconocido que se estableció en esa ciudad y empezó a publicitar un tanto a sotto voce, sus capacidades curativas.
Lo extraño en este caso, es que la clientela del curandero era exclusivamente femenina. Mantenía el sujeto en cuestión una discreción absoluta, sin embargo, en pueblo chico, infierno grande, de alguna manera se empezó a manejar que el tratamiento del curandero, iniciaba con un ritual en donde las féminas, algunas de ellas señoras encopetadas, se desnudaban y el sujeto les pasaba un sapo por todo el cuerpo. Otra cosa que se llegó a manejar fue que el curandero en cuestión llevaba una bitácora secreta en donde consignaba todas sus actuaciones del día. Aparentemente, una de las pacientes era la esposa de un alto funcionario del gobierno, ligado al ejército, quien a través de sus servicios de inteligencia descubrió el tratamiento del que era objeto su esposa y cuentan que una noche, un jeep llegó al domicilio de curandero de donde descendieron varios hombres que lo sacaron a la fuerza y se lo llevaron en el vehículo y nunca nadie volvió a saber de él ni de su bitácora. El caso nunca se resolvió y quedó dentro de los misterios sin resolver.
En estos dorados tiempos en que el internet se ha convertido en una panacea para quienes padecen de cualquier dolencia y mediante una exploración en Google, logran encontrar un diagnóstico y tratamiento, que acertado o no, les ayuda por lo menos en la parte psicosomática, si no es que les sale la venada careta al automedicarse. A pesar de lo anterior, todavía en muchos lugares, dentro de la más grande clandestinidad, se encuentran los famosos curanderos, que tienen una clientela cautiva, que guardan la fe de los antepasados y encuentran en ellos la única salida a sus padecimientos.
Información cortesía: ortegareyes.wordpress.com
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